Archivos Mensuales: abril 2013

El día que invadí Groenlandia

Ayer estuve invadiendo Groenlandia. Fue un poco sin querer. Tenía hambre (estoy con la operación bikini y, la verdad, no entiendo el éxito que tiene, sigo sin acostumbrarme al sabor de la lycra) y abrí el congelador en busca de comida. La expresión «en busca» adquiere un gran significado en la anterior frase porque ningún ser humano sabe con certeza lo que hay en su congelador. Excepto Walt Disney. Empecé por apartar los quince tuppers de la última vez que hice lentejas para mi sola. Miré dentro: aquello estaba muy oscuro. No parecía una buena idea meter la mano sin protección, pues media docena de croquetas se habían salido de su bolsa y ahora eran un ejército de croquetas gigantes de hielo. Pero tenía hambre. Algo había que hacer.

Me puse todos los abrigos que tenía por casa, un gorro, un par de guantes, cogí mi ballesta (todo el mundo tiene una ballesta si se está inventando la historia, no me miréis así), y entré en el congelador. Un mundo lleno de hielo y paquetes de comida sin nombre se abría ante mi. Las croquetas asesinas me estaban esperando, armadas con palitos de cangrejo y varitas de merluza. Tenía que pasar, acababa de recordar que al fondo había una lasaña. Quería lasaña. Así que agarré un machete con los dientes (todo el mundo que lucha lo hace, ¿no?) y disparé aceite hirviendo a las croquetas con mi ballesta (es mi ballesta inventada, dispara lo que yo quiera). Las croquetas fueron cayendo, fritas. Ya sin obstáculos, eché a correr hacia el fondo del congelador. Corrí mucho.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

¿Cuánto falta? ¿Hemos llegado ya? Tengo pis.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

¿Y yo por qué estoy corriendo tanto?

Mucho.

Mucho.

Las croquetas asesinas ya están muertas, podrías parar.

Mucho.

Mucho.

Mucho.

En serio, deja de correr. Si sólo eran croquetas. Y las has frito con tu ballesta inventada.

Mucho.

Mucho.

Uy, mira, un oso polar. ¡Hola, Señor Oso!

Mucho.

MuchUn momento, ¿qué hace un oso polar en mi congelador?

Frené en seco y levanté la vista. Pude ver un letrero que decía: «Regalos y Souvenirs El Oso Polar Vodofone*. Bienvenidos a Groenlandia Vodofone*». ¡Dios mío! ¿Estaba en Groenlandia? ¿Había llegado corriendo hasta allí? ¿Groenlandia estaba en mi congelador? ¿Cuántas maratones habría ganado por el camino, sin saberlo? ¿Y dónde estaba mi lasaña?

Entré a la tienda de regalos a ver si alguien respondía a todas esas preguntas. Como nadie me hacía caso (se ve que no entendían mi alto nivel de español-gritado-para-hablar-con-extranjeros), me acabé llevandCOMPRANDO un cubito de hielo groenlandés «made in China», una camiseta negra muy graciosa que ponía «Groenlandia de noche», y una morsa vestida de flamenca para ponerla encima de la tele. RobCOMPRÉ también varias toneladas de pescado para alimentarla.

Luego salí a la calle a contemplar boquiabierta la majestuosa inmensidad helada. Y ya. Porque la verdad es que no sabía qué más hacer en esa condenada isla. Podría haberme preparado un gintonic con algo de todo el hielo que había allí, pero tampoco sabía cómo se decía ginebra, tónica, lima, cardamomo, café en grano, pepino, albahaca fresca cristalizada, y berberecho en español-gritado-para-hablar-con-extranjeros. Además, que yo quería lasaña. Y la quería desde hace mucho rato. Y ya tenía mucha hambre. Y allí nadie me daba lasaña. Y, claro, empecé a alterarme. Porque tenía mucha hambre. Y quería lasaña. Y a la gente de allí no parecía importarle. Y yo ya estaba muy alterada. Y estar alterada con el estómago vacío no es nada bueno. Porque os recuerdo que tenía mucha hambre. Hambre de lasaña. De esa lasaña que se suponía que iba a estar en el fondo de mi congelador. Pero no, en el fondo de mi congelador estaba esa ESTÚPIDA ISLA. Y YO QUERÍA LASAÑA. Y TENÍA HAMBRE. Y LAS ISLAS NO SE COMEN. Y GROENLANDIA ERA UNA ISLA Y YO NO ME LA PODÍA COMER. Y, y nada, que tuve que invadirla. Pero sólo por despecho.

Hoy esto no ha salido en las noticias porque a nadie le importa Groenlandia, y porque allí no hay ningún señor mayor bañándose en la playa de la Concha a diez grados bajo cero, pero es cierto, ahora yo soy su dueña y señora. Mañana probablemente sí salga algo sobre unos asesinatos en un caso llamado «La loca de la lasaña». Con ese nombre han ido a hacer daño, la verdad.

*Se ha modificado el auténtico nombre de la marca, pues no aceptaron firmar el contrato millonario que les propuse por hacerles publicidad. Por lo visto han firmado otro con Metro de Madrid. Serán tontos. Si eso no lo va a leer nadie.

Guapa por fuera

Hace unos días, mientras daba mi paseo rutinario hacia la tienda de alimentación de mi barrio en busca de chocolate, unos niños que jugaban con una pelota en la plaza me hicieron reflexionar mucho sobre mi vida. Sus palabras, expresadas como sólo sabe hacerlo un niño, llegaron a lo más profundo de mi ser: «SEÑOR, SEÑOR, EH, SEÑOR, ¿NOS PUEDE PASAR LA PELOTA? SEÑOR, EH, EH, SEÑOR, OIGA, SEÑOR, LA PELOTA, POR FAVOR, SEÑOR». Señor. Esa era yo. Siete veces señor. En seguida me di cuenta de que había llegado el momento que llevaba años temiendo: el momento de cuidarse. Al parecer, ya no valía con ducharse con el gel más barato del Mercadona y darse una crema de vez en cuando. Tenía que empezar a ser una mujer y aprender palabras nuevas, como «sérum», «exfoliar», o «mascarilla revitalizante y reafirmante anti-edad para pieles mixtas con tendencia acnéica». De modo que lo hice: disparé a aquellos niños y me decidí a ir a la perfumería.

Nada más entrar me di cuenta de que aquello no iba a ser fácil. Allí había no menos de 15.000 botes de colores, tamaños y formas diferentes que me produjeron un inminente ataque epiléptico. Cuando conseguí recuperarme, una dependienta ya me había preparado una bolsa enorme con todos los productos IM-PRES-CIN-DI-BLES (por supuesto) para el cuidado corporal. A ella también tuve que dispararle después de aclarar que los que tenía que darme eran los de la sección femenina.

Me fui a casa con varios asesinatos y catorce kilos de cosméticos a las espaldas. Y confusa. Sobre todo confusa. No me habían dado ningún manual de instrucciones. ¿Cómo iba a saber usar todo eso?

Lo primero que hice fue lavarme con todo lo que parecía hacer burbujas. Jabón. Champú. Acondicionador. Bien, esas cosas sabía usarlas. Descarté el gel porque me lo habían dado de ducha y yo tengo bañera. Encontré también un bote de pasta de ducha, así que la eché a la olla y la puse a hervir; le añadí un poco de mascarilla de aguacate y unas sales para que tuviera sabor. Luego me llevé un susto porque en la bolsa había una bomba de baño. ¿Por qué vendían artefactos explosivos en una perfumería? ¿Y DÓNDE ESTABAN LOS CABLES DE COLORES PARA DESACTIVARLA? La tiré por la ventana, claro.

Continué mi ritual de belleza escogiendo todos los productos que acababan en ‘ante’: gel exfoliante, crema reafirmante, leche hidratante, tónico revitalizante y loción equilibrante. Los mezclé y me hice unas croquetas.

Miré el reloj: las cinco. La muy estúpida de la dependienta no me había dado sérum antiedad de tarde, así que puse el sérum antiedad de día y el sérum antiedad de noche en una coctelera, añadí ginebra, y me lo bebí. Debí rejuvenecer por lo menos diez o doce años, porque de repente tenía otra vez acné y estaba haciendo botellón en la plaza. Tres horas después, volví a casa, borracha y con el teléfono del Christian en el bolsillo. Quería ponerme guapa, esa noche iba a quedar con él. Eché un vistazo a lo que quedaba dentro de la bolsa de cosméticos: prebase y base de maquillaje; BB Cream; polvos de sol, colorete y polvos iluminadores; siete brochas, una de ellas era una mofeta; un pintalabios y un gloss; una paleta de sombras de ojos, un delineador, y una máscara de pestañas Double Extension Dark Black Extreme XXL Butterfly Pillow, que prometía alargar las pestañas varias decenas de kilómetros. Tenía prisa, así que seleccioné sólo algunos productos. Me puse el maquillaje. Tenía que tapar todas las imperfecciones, así que opté por echarlo en la bañera y meterme entera. ¿Por qué había BB Cream en mi bolsa? ¡Pero si yo no tenía hijos! La tiré a la basura. Los polvos de sol no los consideré oportunos, al ser de noche; en cambio, los polvos iluminadores me venían bien por si tenía que entrar a algún baño sin luz. Usé una brocha elegida al azar, cosa que no acabó de gustar a la mofeta, que se sintió un poco menospreciada. Me pinté los labios con el gloss, que además también me serviría en caso de que se me rompiera el tacón del zapato y necesitara pegarlo. Por último, me puse el rimmel. Llegaba tarde, así que me subí a mis pestañas, y llegué en un abrir y cerrar de ojos (jeje) al lugar de la cita.

El Christian ya estaba allí. Se acercó, dubitativo, y me preguntó: «¿Tiene un cigarro, señor?» Fueron sus últimas palabras.

El teletransporte

Yo nunca inventaría el teletransporte. Podría, claro, soy de ciencias, y como todo el mundo sabe, los de ciencias hacemos este tipo de cosas en nuestros ratos libres. El otro día, por ejemplo, mientras se hacía el café, encontré el Bosón de Higgs. Veréis qué risa cuando le cuente a los físicos del CERN que sólo había que llamarle. Vino él solito. Ahí lo tengo, en casa, todo el día viendo Telecinco. Que ya podría fregarme los platos de vez en cuando. Como compañero de piso es un poco desastre, la verdad. Yo creo que los científicos no lo encuentran aposta.

En fin, que yo podría inventar el teletransporte, pero no lo haré nunca. Ya sé que yo misma me lo agradecería una de esas noches en las que sales hasta tarde (las 2, tampoco hay que pasarse) y deseas tanto tumbarte, que cualquier rincón callejero te parece la mar de atractivo. (Nota: los contenedores son cómodos, pero huelen un poco mal. Y hay algunos que incluso arden de vez en cuando. No es agradable.) Pero es que inventarlo no me compensa. Imagináos por un momento que vuestra madre, que tras descubrir Facebook quiere saberlo todo sobre nuevas tecnologías, empieza a usar el teletransporte. Imagináos a vuestra madre con acceso al teletransporte. Imagináos a vuestra madre con acceso a Whatsapp Y al teletransporte.

―(Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo…) Hola.
―(Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo…) Qué haces.
―(Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo…) Por qué no me contestas.
―(Escribiendo… Escribiendo…) (Caca sonriente)
―(Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo…) No le haces caso a tu mdare.
―(Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo…) Madre. Jeje lo había escrito mal. Por si no lo entendías.
―(Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo…) He hecho croquetas.
―(Escribiendo… Escribiendo… Escribiendo…) Quieres?
―(Escribiendo… Escribiendo…) Te llevo.
―(Escribiendo…) (Caca sonriente)

Y ahí está tu madre, teletransportada con un tupper de croquetas a la habitación de tu piso de soltero, levantándote la persiana hasta arriba, diciéndote que venga, arriba, que ya son las doce, qué haces durmiendo todavía a las doce un domingo, habrase visto. (Nota: son las diez, pero ya sabemos todos cómo funciona el reloj de una madre por las mañanas.)

El teletransporte también haría que desaparecieran algunos momentos importantes en la vida de todo individuo. Hablo, por ejemplo, de comprar un billete en la web de Renfe. O de coger el metro a primera hora de la mañana. O de meter cinco jerseys, tres pantalones, cuatro camisetas, dos vestidos, unas botas, unas chanclas, la ropa interior, el neceser, y el bolso de mano en una maleta 55 x 40 x 20 cm para volar con Ryanair. Estas cosas son las que hacen crecer a una persona. ¿Te las quieres perder por culpa de un invento tan monstruoso? Yo creo que no.

Ahora es cuando le gritáis al monitor para decirme que deje de escribir tonterías, que el teletransporte aportaría muchas cosas buenas a la vida diaria. «Es que mi novia vive a 500 kilómetros»; «Es que es muy pesado pasar tanto tiempo en los viajes de negocios»; «Es que la gasolina es muy cara»; «Es que me vendría muy bien para huir cuando robo alguna joyería». Bien. ¿De verdad quieres que tu novia, la que vive a 500 kilómetros y te llama una media de 15 veces al día, tenga la posibilidad de teletransportarse mientras tú estás de juerga con los amigotes? ¿De verdad vas a darle la libertad a tu jefe de que tú puedas viajar ilimitadamente mientras él juega al Apalabrados? ¿De verdad crees que no habrá peajes? ¿Que no habrá banners FALSOS con sonido saltándote en mitad del viaje, diciéndote, ENGAÑÁNDOTE, con lo de que eres el visitante un millón y has ganado un Audi, para que, ilusionado, vendas tu Opel Corsa, pinches, des tu número de cuenta, pierdas todo tu dinero, y JAMÁS te llegue ningún Audi? Y, ¿de verdad robas joyerías? ¿Qué método utilizas? A mi el del alunizaje me funciona regular. Llámame y compartimos vivencias.

Yo creo que ya os he dado suficientes razones para que me perdonéis por no inventar el teletransporte. Como compensación, voy a inventar otra cosa que os haga ilusión, como por ejemplo, el smartphone con palo. ¿Qué? ¿Qué pasa? ¿Y esa cara? ¿No os gusta?

50 formas de perder el tiempo

  1. Leer toda la prensa del día.
  2. Actualizar Facebook, Twitter, y Google+ (¿por qué no? Lo mismo queda alguien por allí).
  3. Ir al baño por tercera vez en los últimos veinte minutos.
  4. Ir a sacar punta al lápiz a la papelera.
  5. Ir a sacar punta a todos los Plastidecor a la papelera (esto queda muy ridículo si tienes más de 12 años, pero inténtalo, quizás cuele).
  6. Ir a sacar punta al portaminas a la papelera (no, mira, esto ya no va a colar).
  7. Mantener una relación sentimental con la papelera (es posible si realizas los tres puntos anteriores con mucha frecuencia).
  8. Animar al clip de Word (por lo visto hay gente que ha logrado que Clippo escenifique el musical entero de Los Miserables).
  9. Mirar al vacío.
  10. Cocinar (evita hacerlo si no trabajas desde casa).
  11. Capturar todos los iconos del escritorio haciendo recuadros con el ratón.
  12. Cerrar todos los programas del ordenador porque has pulsado el botón intro por error después de hacer el punto anterior.
  13. Mirar al vacío (es que es muy adictivo).
  14. Mirar a la mosca que se ha cruzado cuando mirabas al vacío.
  15. Preguntarte durante treinta minutos porqué hacen eso con las patas.
  16. Ordenar tu mesa.
  17. Ordenar la mesa de tu compañero de al lado.
  18. Ordenar la mesa de un señor que trabaja cuatro calles más abajo.
  19. Leer la denuncia que te ha puesto ese señor (desagradecido…)
  20. Subir a Instagram una foto de la denuncia con filtro Valencia.
  21. Comer (este punto puedes hacerlo por separado o a la vez que los demás puntos).
  22. Mirarte las puntas abiertas.
  23. Jugar una partida al Buscaminas (para descansar).
  24. Abrir un PDF por si acaso viene el jefe y tienes que disimular (esto es recomendable hacerlo antes del primer punto).
  25. Limpiar el monedero de tickets que llevas guardando desde 1997.
  26. Leer el manual de instrucciones del coche para aprender a cambiar la hora.
  27. Poner en hora el reloj del coche de todos tus compañeros de trabajo.
  28. ¡Oh, vaya! ¡Otra mosca! ¿O es la misma? No, no, esta se frota las patas más rápido.
  29. Abrir Google para buscar algo que acabas de olvidar.
  30. Hacer la lista de la compra.
  31. Vaciar la papelera de reciclaje.
  32. El punto anterior me recuerda que hace por lo menos diez minutos que no vas a sacar punta a nada.
  33. Mirar por la ventana (el camión de los helados no suele pasar y eso le resta emoción, pero bueno).
  34. Quitar todas las teclas del teclado, limpiarlo, y volverlas a poner.
  35. Wuitar lax teclax del tecladp wue hayax piexto nal y opmerlax viem.
  36. Actualizar las quinientas veintitrés aplicaciones de tu smartphone (¿por qué tienes quinientas veintitrés si sólo usas cuatro?)
  37. Limarte las uñas (esto no suele estar bien visto si eres un hombre heterosexual, o si eres cirujano y estás en mitad de una operación a corazón abierto).
  38. Pintarle un bigote a tu jefe.
  39. Visitar Infojobs.
  40. Empezar una conversación con tu amigo argentino (no hacer este punto si no quieres perder MUCHO tiempo).
  41. Leer tu horóscopo.
  42. Leer otro horóscopo porque no te ha gustado nada lo que te ha dicho (a partir de hoy eres Piscis, acuérdate).
  43. Tejer una bufanda (sólo si eres moderno; si no tienes lana a mano, puedes usar la barba de algún compañero, también moderno).
  44. Ver un video de YouTube.
  45. Ver otro video de YouTube.
  46. Setenta y ocho videos después, cerrar YouTube (reconoce que sólo han tenido gracia los treinta primeros vídeos de cabras gritonas).
  47. Regar las plantas del despacho (si ya están muertas no hace falta).
  48. Enumerar cosas.
  49. Escribir este blog.
  50. Leer este blog.

Bienvenidos :)